lunes, 3 de noviembre de 2014

ALGO SOBRE EL OLVIDO


El olvido es un enterrador al servicio de la necesidad. Ella le señala los cadáveres que han de sepultarse: afrentas, amores, fracasos, odios… Todos en el cementerio de nuestra conciencia bajo una lápida sin nombre.
Pareciera que el olvido nunca está de vacaciones para que no se nos quiebre definitivamente el espíritu.

Sin embargo, este gran enterrador de la historia personal suele fracasar en las fosas de la vida social, del organismo colectivo. Lo que parece enterrado sale a la superficie el día menos pensado. Un pueblo puede soportarlo todo; pero tarde o temprano exigirá justicia. De ahí que las transiciones de un régimen político a otro sean como paréntesis tras los que se purga la deshumanización por vía judicial o revolucionaria. Quienes se creen impunes no consiguen que el olvido haga su trabajo, simplemente distraen a la masa. Fueron tan estúpidos que se comieron el poder otorgado y vivieron en una satisfacción que aparentemente parecía perpetua.

En un plano más elevado, Borges escribió:

“Sólo una cosa no hay. Es el olvido.
Dios que salva el metal salva la escoria
y cifra en su profética memoria
las lunas que serán y las que han sido.”

Puede que nuestra parte divina sea capaz de recordarlo todo tras la muerte. ¡Quién sabe! Quizá, como en una película, venga a nuestra memoria cada detalle de nuestras vidas y salgan de nuestros sepulcros personales los traumas escondidos y comprendamos el porqué de aquellos complejos, depresiones, adicciones o frenesíes. Vaya, vaya… Fue por aquello… ¿Ha de ser así nuestro juicio final, el infierno o paraíso que nos merecemos?
No lo sabremos hasta que llegue esa hora.

Mientras tanto, los corruptos desfilan en los medios de comunicación. El olvido les puso una zancadilla. Son como hormigas en busca de su propia salvación.


Ricardo García Nieto.